LOS HÉROES MODERNOS DE PRAGA: LA OPERACIÓN ANTROPOIDE
by Cristina Pérez Moreno
A las 10.30h del 27 de mayo de 1942, el Mercedes-Benz en el que viajaba el alto líder de las SS, Reinhard Heydrich, sin ningún tipo de escolta, gira la curva de la calle Holesovice aminorando la velocidad, dirección al Castillo de Praga. De repente, y para sorpresa del dirigente alemán y de su chófer, un hombre se interpone en su camino sacando de la gabardina un arma automática. Apunta directamente a Heydrich y dispara. Pero el arma no reacciona. El coche frena completamente. Pasan unos segundos en los que nunca sabremos qué pasó por la cabeza de los protagonistas de esta historia.
El primero en reaccionar es el propio Heydrich, que se levanta del asiento del copiloto en el que viajaba mientras desenfunda su arma para disparar al hombre que, torpemente, ha intentado atentar contra su vida. Sin embargo, este gesto le costará la vida.
Detrás del coche de Heydrich aparece otro hombre. Lleva algo en su mano. Una granada. La tirará junto a la rueda derecha del Mercedes donde explotará hiriendo la espalda de “El Carnicero de Praga”. Heydrich morirá por las heridas ocho días más tarde. Praga todavía hoy recuerda y rinde honores a los únicos jóvenes que consiguieron arrebatar la vida a un alto dirigente del nazismo. Sus nombres eran Jan Kubis y Jozef Gabcik.
QUÉ PASÓ ANTES DEL 27 DE MAYO
Jan Kubis, paracaidista checo de 28 años y Jozef Gabcik, eslovaco de 30 años, habían aterrizado Checoslovaquia meses antes del atentado junto con otro checo importante en el desenlace de esta historia, Karel Curda. Fue un 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.
Una vez en territorio checo, los paracaidistas consiguieron refuerzos de la férrea resistencia checa que tantos dolores de cabeza traía a Heydrich, Reichsprotektor de la región. En solo unos meses, Reinhard Heydrich se había ganado los apodos como “El carnicero de Praga”, “La Bestia Rubia” o “El Verdugo”, pero esa es otra historia.
Kubis y Gabcik se instalaron en casas de personas que se jugaron la vida por una idea. Conocieron chicas. Hicieron nuevas y efímeras amistades. Se enamoraron. Sin embargo, en la cabeza de los paracaidistas nunca se disipó la causa por la que habían llegado a una de las ciudades más bonitas de Bohemia. Ellos eran los pilares de la Operación Antropoide y tenían un claro objetivo que cumplir, orquestado por el gobierno checoslovaco en el exilio junto con el gobierno de Churchill: matar a “El carnicero de Praga”. Matar a Heydrich.
El éxito de este atentado no era crucial para el desarrollo del conflicto pues, aunque Heydrich fuese una de las personalidades más sanguinarias del régimen nazi e ideólogo de la Solución Final, la muerte o supervivencia de un hombre como “El Verdugo” no podía decantar la contienda que estaba desarrollándose hacia ninguno de los bandos. Simplemente, los aliados iban perdiendo la guerra y necesitaban buena propaganda que animase a las tropas después de golpes tan duros como el de Dunkerque. Los checos pagarán caro este atentado.
QUÉ PASÓ DESPUÉS DEL 27 DE MAYO
Todo se precipita. Como la onda expansiva de una gran bomba, todos corren a esconderse. Piensan que han fracasado.
Durante días, se establece en Praga un estado de sitio en el que, casa por casa, los oficiales alemanes buscan a los perpetradores del atentado contra la Bestia Rubia, que agoniza en el hospital junto a su esposa. Se hace una búsqueda exhaustiva y se ofrece una recompensa de diez millones de coronas por una pista que desemboque en el arresto de los culpables. Por supuesto, cualquier ciudadano que se arriesgue a esconder o a ayudar de alguna manera a los rebeldes, se enfrenta a su muerte y a la de toda su familia.
Como en una buena historia sobre héroes, son muchos los que desoyen estas amenazas y ayudan a Kubis, a Gabcik y a otros cinco miembros de la Operación a llegar a la hoy conocida como Iglesia de San Cirilo, situada muy cerca de La casa danzante, el edificio que construyó Frank Gehry una vez terminada la Guerra Fría.
Es en esa iglesia donde se enteran de la muerte de Heydrich y, por tanto, del éxito de su plan. Todo el riesgo vivido no había sido en vano. Lo celebran. También es allí donde se enteran de que, como represalia por el asesinato de “El Carnicero”, los nazis han acabado con la vida de la mayoría los habitantes de un pequeño pueblo: Lídice. La pesadumbre vuelve a inundar su ánimo.
Aunque no tengan la certeza, es en esa iglesia donde morirán. Y, aquí, es donde entra en juego Karel Curda. El traidor de esta historia de héroes. Contra todo pronóstico, los rebeldes han conseguido sobrevivir al atentado y a los días posteriores. Han conseguido refugiarse en un lugar seguro donde nadie sospecha que pueden estar y tienen un plan de fuga trazado para ser sacados del país. Pero, algo inquieta a los jóvenes paracaidistas y a sus compañeros. Falta uno de ellos. Karel Curda no se ha resguardado con ellos en la Iglesia.
El 18 de junio, los peores presagios de los paracaidistas se cumplen. Casi un millar de soldados de las SS atacan su refugio. Intercambio de tiros. Granadas. Los SS van cayendo, uno a uno, no tienen una buena situación para acabar con sus enemigos. Más tiros. Pasan horas intercambiando disparos. Por fin, las fuerzas nazis consiguen colocar una metralleta. Se acerca el final, huele a pólvora. Y se hace el silencio.
Con sigilo, los soldados nazis peinan la Iglesia. Uno, dos, tres muertos. Curda los identifica. Kubis está entre ellos pero, faltan cuatro. ¿Dónde están? “En la cripta”, dice Curda. Los nazis van a la captura, pero acabar con ellos no es fácil, los soldados deben bajar por unas estrechas escaleras hacia la cripta, llena de momias de antiguos monjes. Son un blanco fácil. Tienen que cambiar de estrategia.
Alguien tiene una idea. La cripta tiene una ventana que da a la calle y, por ella, los soldados alemanes pasan una manguera para ahogar a los supervivientes. El agua sube lentamente y el instinto de supervivencia se apodera de los cuatro jóvenes que siguen con vida. Empiezan a picar la pared de la cripta. Tiene que haber una tubería o un desagüe cerca, piensan. El agua sigue subiendo.
Al cabo de un tiempo, horas probablemente, desde la calle se escuchan cuatro tiros. Silencio. Espera. Silencio. Todo termina. Los cuatro rebeldes que quedaban se han suicidado.
QUÉ PASÓ DESPUÉS DEL 18 DE JUNIO
Curda demostró ser un hombre sin principios y pagó con su vida su traición. Al final de la guerra, el gobierno checo le buscó, le juzgó y le ahorcó. No le dio tiempo a gastar su recompensa.
Cada 18 de junio, muchos habitantes de Praga se acercan a la Iglesia de San Cirilo a depositar flores y presentes en memoria de los siete héroes que dieron su vida por acabar con un tirano. Hoy día, se puede visitar la cripta y aún se ven las marcas de los disparos sobre la pared del templo.