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Entre dos mundos, amor y desamor. Un paseo por la literatura venezolana.

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By Alicia Uzcátegui

En mi recorrido por la obra de Teresa de la Parra y en lo particular, Ifigenia, siento que encuentro a la sociedad venezolana de los albores del siglo XX, aquella que no permitía a las mujeres tener vida propia y establecía una clara división entre ricos y pobres.  Muy de cerca aprecio esas normas de comportamiento social de marcados rasgos éticos y morales, sus convencionalismos, la ambición desmedida, la corrupción administrativa, así como también, un dejo de crítica al régimen dictatorial de la época.

Aprecio como en su avidez para fantasear una posibilidad innegable, las pasiones, el amor, el desamor y los prejuicios de clase, se aferran a tradiciones, costumbres y apegos, que caracterizan su identidad, que llegan incluso a querer controlar su vida y a establecer autocensura. 

Ifigenia se presenta como una joven formada en un ambiente de lujo y comodidades, que, al estar inmersa a su regreso en un estado de aburrimiento, busca en la escritura de un diario un modo para plasmar sus experiencias, así, narra la historia desde el punto de vista de María Eugenia, la protagonista.

En la obra, la autora, manifiesta una búsqueda de reivindicaciones sociales, hay en ella un cosquilleo cuasi rebelde que encuentra su motivación en la lucha entre los convencionalismos propios del tiempo que le correspondió vivir y un posible modernismo. Se aprecia, un inquietante sentimiento que no coarta el deseo de volver a los convencionalismos del pasado apegados a la moral y buenas costumbres, y que, por qué no, llegan a anular el amor.

María Eugenia, joven de origen pudiente de padres millonarios, disfrutó lo mejor de dos mundos, nacida y criada en Europa hasta la muerte de sus padres, experimentó varias transformaciones tanto en la diversidad y movilidad geográfica, Venezuela, España, Francia, en su niñez, juventud y adolescencia, como de su carácter en constante contradicción, para luego retornar a una Venezuela agrícola y pecuaria, como si tratará de una vuelta al pasado.  Todo esto converge en una negación de una sola verdad y crítica a su cultura “…En fin, que diga lo que diga Tío pancho, mi novio y yo estamos de acuerdo en todo, nos entendemos muy bien y estoy cierta de que seremos ¡felicísimos!”

En los albores del siglo XX, el ideal femenino estaba vinculado y en perfecta armonía con el sentir y pareceres de la sociedad en relación al lugar que le correspondía ocupar a la mujer, que no era otro que el ser esposa y madre, dentro de los límites del hogar.  María Eugenia no escapa a esa sentencia que negaba a la mujer su derecho a pensar, a sentir, a participar. Encuentra en la escritura de su diario, confidente y medio para dejar fluir sus sentimientos y dar rienda suelta a la imaginación, más que un escape o evasión, es un mecanismo que le permitía sobrellevar sus carencias, lidiar con su soledad, y a ordenar las ideas y ficciones.

Percibo en su narrativa, una mezcla casi perfecta entre la fantasía y lo real. Por una parte, la dualidad que experimenta al vivir la problemática de esa sociedad de la cual pretendía escapar ocasionalmente y por otra, la fantasía en la que expresa sus anhelos y temores, signada por la melancolía. Sin embargo, también se advierte, una voz desenfadada innata que demanda su existencia, esto se evidencia al decir, “Cuando estoy encerrada en mi cuarto, no leo, escribo todo aquello que se me antoja, porque el papel, este blanco luminoso papel, me guarda con amor todo cuanto le digo y nunca, jamás se escandaliza, ni me regaña, ni se pone las manos abiertas sobre los oídos”

Es difícil ser testigo e interprete a la vez, juez y parte. Me cautiva la ambigüedad de una mujer que se debate entre un mundo de fantasía y su entorno de referencia, donde está presente la denuncia de los elementos  de la sociedad imperante, dibujada  por  la  ficción enmarcada en una sociedad plural, pudiéramos decir que la comienza a   desenmascarar y dar a conocer.

Como un hito significativo, considero que las condiciones y características de la sociedad que hemos podido visualizar condujeron a Teresa de la Parra, al igual que otras escritoras de su tiempo a emplear como recurso, la imaginación y fantasía “…Yo como otras mujeres, no soy tan loca que trate de hacerme amar por medio de arrebatos, ultrajes y rabiosas lágrimas…. se cumplir los deberes que impone mi estado de esposa, por esa razón, ahogando en el fondo de mi alma la amargura que acibarra mi corazón, espero resignada que suene la hora de tu desencanto, y que lleno de hastío entonces por la vida agitada que has llevado, busques mi seno para reclinar tu cansada frente…”.  Sin lugar a dudas un discurso desafiante, cargado de afectividad, una mezcla de su condición de mujer y de amenaza.

Ifigenia, es el drama de la mujer frente a una sociedad que la anula, que la elimina, que no le permite tener voz, ni expresarse con libertad.

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