De la ruralidad a la modernidad urbana.
By Alicia Uzcátegui
Al establecer relaciones entre el pasado, presente y futuro, debemos tomar en cuenta que la historia se ocupa de estudiar el pasado de cada sociedad la cual no podemos desconectar del presente ni del futuro.
Lo que ocurrió antes, es el pasado, lo que va a ocurrir mañana, es el futuro y lo que ocurre ahora mismo es, el presente.
El proceso de cambios continuo, gradual y generalizado en una localidad, en los aspectos económico y social, orientado en la búsqueda de un estado mejor y más desarrollado, conduce a la modernidad. A eso lo llamamos progreso, una mejora en la condición de vida humana.
En Venezuela recibe el nombre de Caserío el lugar donde se encuentren tres o más viviendas no separadas entre sí por más de quinientos metros, regularmente con deficiencias en los servicios básicos.
Hoy quiero referirme a una localidad que me recuerda la relación que comentara al inicio en la que el proceso de modernización se ha dado de manera paralela a los cambios demográficos.
El Caserío Los Naranjos, en el Municipio El Hatillo, es una preciosa localidad de ubicación geográfica privilegiada, rodeada de verdes montañas, con un clima suavizado por la altura sobre el nivel del mar, de gente afable, cordial, emprendedora, respetuosa, rica en historia y como he llamado en más de una ocasión un terruño “naturalmente turístico”.
En este lugar, con hermosos parajes verdes, podemos ver claramente cómo se interrelacionan el pasado, presente y futuro con un marcado signo del paso de la ruralidad a la modernidad urbana. Esas labores propias de la agricultura y ganadería, con sus costumbres y gustos típicos de la vida del campo, se han visto influenciadas por el signo del progreso y de la modernidad.
La experiencia que se vive al cambiar en pocos minutos del ambiente de una urbanización al Caserío bien sea por la carretera que conduce desde La Lagunita o desde la Hacienda El Encantado es maravillosa. El contraste de encontrar todavía un lugar donde se mezclan de manera armónica, evidentes signos de ruralidad con la modernidad urbana, resulta sorprendente.
Es muy grato escuchar la historia de la localidad contada por sus propios habitantes, algunos de varias generaciones, sentir el orgullo que tienen por su gentilicio, compartir sus anécdotas, deseos de superación y dar fe de sus necesidades, es una vivencia que deja una huella reconfortante.
Es “naturalmente turístico”, por si fuera poco, en ella Ricardo Zuloaga, fundador de una de las primeras empresas de electricidad en el mundo, construyó la Planta hidroeléctrica El Encantado a orillas del río Guaire, de cuya edificación aún quedan indicios, es un paseo que nos conecta con lo nativo, zonas para escalar, observar aves y variedad de flora.
Caminar por sus predios hasta llegar al cerro Pabellón donde se obtiene una vista de 360 grados del área metropolitana de Caracas con sus contrastes y matices, coto propicio para los amantes del ciclismo, actividad que se viene desarrollando desde hace varios años, es un privilegio bucólico en pleno siglo XXI.
Compartir con los lugareños una propuesta gastronómica que nos conecta con sus fogones a leña, un sabroso hervido, cochino frito, parrilla, deleitarnos con unas exquisitas cachapas y observar todo el proceso desde pelar el maíz, desgranarlo, molerlo y por supuesto comer este manjar, cocadas, heladitos “téticas” naturales y cremosos, majarete, es una vivencia que gratifica a cualquier paladar.
En el feudo hay para todos los gustos…perros calientes, tequeños, chucherías, todo en un ambiente sano y con calor humano.
Según la estación puedes adquirir frutos cosechados por los lugareños, mangos, aguacate, parchitas, maíz…
Cariñosamente llamo a todo el lugar, mi montaña encantada, una clara muestras del contraste de la ruralidad a la modernidad urbana con esencia de lo nuestro.